Antes de materializarse en una cámara y una lente, la fotografía fue una idea. El deseo de realizar una ciase especial de representación, originada en el propio objeto, es tan antigua como la humanidad. Aparece en las manos estarcidas en el arte prehistórico. En la cultura occidental, la leyenda de la mujer corintia que trazó el contorno de la sombra de su amante en una pared antes de que partiera para la guerra acabó por convertirse en una historia del origen del arte figurativo y, en la década de 1840, de la fotografía. Poco después de que el medio fuera divulgado al mundo en 1839, el término facsímil se adoptó para describir la autenticidad sin precedentes de la fotografía. Samuel F. B. Morse observó que la fotografía no se podía considerar una copia, sino un pedazo de naturaleza en sí misma. Este concepto, que prevaleció a lo largo del siglo XIX, se reavivó en la teoría del lenguaje de finales del siglo XX, en la que la fotografía fue calificada de impronta o traslación de lo real, comparable a una huella dactilar.
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